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El objeto o fin
de nuestra esperanza es Dios mismo, es la felicidad eterna que consiste en la
posesión de Dios. Nuestra esperanza está basada sobre el poder, la bondad, la
misericordia de nuestro Dios, y sobre sus promesas, que no engañan, y, sobre
todo, en los méritos de Jesucristo, que nos rescató. En cualquier estado o
circunstancia que os encontréis, esperad siempre en Dios y no seréis
confundidos; esperad todo de él y nada
de otros; esperad que él os hará dichosos y felices en el cielo, dándose él
mismo a vosotros como heredad; esperad que él os dará los medios para llegar
allí: su gracia, las virtudes, sus méritos y la santidad.
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"Le confieso, Monseñor, con toda sinceridad,
que no he experimentado nunca mayor alegría que en esos momentos. Estas
dificultades no me atemorizaban porque mi esperanza estaba en Dios;
confiaba que sabría guiar bien su obra".
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“Sois jóvenes casi todos,
queridos Hermanos, y constituís la esperanza de nuestra Congregación. Si hoy parece que se
busca con tanta insistencia y atención vuestros servicios, estáis obligados a
responder a este signo de confianza, no sólo con vuestro buen comportamiento,
sino con un trabajo asiduo y fructífero para vosotros mismos y para vuestros
alumnos.
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Es
cierto que el Señor ha prometido el paraíso a quienes lo han dejado todo para
seguirlo, abrazando la vida religiosa; pero no olvidemos, queridos Hermanos,
que seguirlo solamente hasta el Tabor, es decir, en aquello que no nos exija ni
dolor ni sacrificio, no basta, sino que hay
que caminar con valentía a su lado hasta el Calvario, si es que queremos
subir un día al cielo con él.”
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